Escuchaba al viento acariciar las espigas mientras se
rozaban entre ellas. Te tenía encima de mí y me susurrabas al oído pasión
eterna mientras me penetrabas hábilmente. Danzábamos juntos sobre aquel campo
que había sido testigo de tantos juegos peligrosos. Las flores, nos miraban tímidas
y yo te marqué la espalda, con mis manos manchadas de tierra.
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